lunes, 1 de diciembre de 2008

El fracaso del mercado

El fracaso del mercado como asignador eficiente de recursos

Por Alejandro Vanoli*

La actual crisis financiera internacional que se desató al pincharse la burbuja especulativa de las hipotecas de baja calidad crediticia (subprime) ya lleva más de un año y generó la crisis económica internacional más grave desde 1930.
La combinación de políticas económicas inconsistentes de EE.UU., las reducciones de impuestos y el aumento del gasto bélico generaron un profundo déficit fiscal y externo financiado por endeudamiento.
Bajo este escenario macroeconómico, la gestación de esta crisis como todas las crisis internacionales recientes (incluyendo el colapso económico y social de la Argentina en 2001) tienen un denominador en común: la liberalización financiera. El libre movimiento de capitales entre países generan cuatro factores críticos: una abundancia de crédito que se traduce en sobreendeudamiento, burbuja de activos, apreciación del tipo de cambio y déficit de la cuenta corriente.
Esta vez, la crisis financiera no tuvo lugar en la periferia sino en el mismo centro del sistema. Los EE.UU. y gran parte de Europa están enfrentando un proceso recesivo que se está transmitiendo a nivel internacional.
La magnitud de la crisis se está observando en EE.UU., que alcanzó la tasa de desempleo más alta desde 1984, agravada en un contexto de debilitamiento de la confianza del consumidor, aumento del desempleo, falta de crédito, a los cuales se suma un deterioro mayor en el déficit fiscal debido al multimillonario salvamento del sector financiero y una reducción en los impuestos.
Por otra parte, los recientes recortes de tasas de la Reserva Federal no tendrán por sí solos mayor efecto.
Desde el punto de vista macroeconómico, la política monetaria es ineficaz para las trampas de liquidez propias de las crisis. Es por este motivo que se requiere una política fiscal expansiva que compense la ausencia de oferta de crédito y la reticencia de la demanda privada a consumir e invertir. En estas situaciones, sólo el gasto que ejecutan los Estados tiene la magnitud suficiente para superar la recesión, donde aún quedan muchas malas noticias por digerir.
La solución a la recesión radica en la ejecución de políticas de crecimiento. La prevención ante futuras crisis consiste en lograr avances sustanciales en materia de regulación financiera. Desde esta óptica, el presidente electo, Barack Obama, tiene la oportunidad histórica de recrear la confianza y lanzar un amplio programa de estímulo fiscal a la economía que le permita a los EE.UU.
salir rápidamente de esta crisis. En suma, se trata de recrear el “New Deal” de Roosevelt.
J. Stiglitz, en su última visita a Buenos Aires, se manifestó confiado en que la nueva administración ponga un esfuerzo sostenido en aumentar la demanda efectiva por el lado de la inversión en infraestructura, mejoras en salud, educación y gastos en ciencias y tecnología con un criterio de recuperar el crecimiento, mejorar la competitividad y revertir la profunda desigualdad que se generó en EE.UU. en estos años.
EUROPA. En Europa, hasta hace sólo unos meses, el Banco Central Europeo se preocupaba sólo por la inflación, la política monetaria restrictiva y de euro fuerte y el corsé fiscal impuesto por el tratado de Maastricht, que en fases recesivas funciona como una restricción a la recuperación. La reacción fue extraordinariamente lenta ante la severidad de la crisis y si bien luego de más de un año hubo avances en medidas financieras, es casi nulo lo que se ha avanzado en políticas conjuntas de crecimiento. Hoy Europa necesita imperiosamente a un Keynes y líderes que reformen urgentemente Maastricht para poder aplicar un paquete de medidas de crecimiento que le permitan salir del estancamiento.
Por su parte, Asia puede amortiguar pero no compensar totalmente el rol de EE.UU. como consumidor de última instancia. Es así que China, durante la última reunión del G-20, anunció el lanzamiento de un plan de infraestructura de u$s600.000 millones en tres años.
La crisis del neoliberalismo y de la lógica de la autorregulación y el laissez-faire puso en evidencia la miopía cortoplacista y el fracaso del mercado como asignador eficiente de recursos. Es entonces que aparece nuevamente el Estado como actor principal de la economía y se hace imprescindible que intervenga en la economía regulando el funcionamiento de los mercados para sacarlos del marasmo especulativo y ponerlos al servicio de la economía y de la sociedad.
El escenario para los próximos dos años es de menor crecimiento mundial o nulo y tendencia deflacionaria, típico de una fase recesiva. Los términos de intercambio no serán tan favorables por un menor consumo de materias primas, caída de las exportaciones y riesgos de devaluaciones competitivas de monedas, con más proteccionismo en los países desarrollados.
La región cuenta con un escudo sumamente eficaz: el superávit externo. Sin embargo, muchos países de América latina están en riesgo de pasar a un déficit de cuenta corriente por la caída de valor de sus exportaciones.
La Argentina en 2009 mantendrá dicho superávit pero habrá que poner todos los esfuerzos en conservarlo.
Todo esto es consistente con mantener un tipo de cambio lo más competitivo posible, que sea compatible con la estabilidad financiera, una política comercial externa –incluyendo medidas antidumping– atenta a la variación de los flujos de comercio ante la recesión global y las políticas comerciales seguramente más agresivas que habrá a nivel internacional, con seguimiento de los distintos sectores económicos por los impactos comerciales regionales. También se requiere un fortalecimiento de los controles de capitales, incluyendo seguimiento de la evolución de la cuenta servicios y utilidades y dividendos para minimizar riesgos que se transmitan por el sector externo.
Argentina creció por sus políticas con un tipo de cambio competitivo que permitió acumulación de reservas y superávits gemelos con desendeudamiento.
Todas estas políticas se enmarcan en un contexto internacional benigno ciertamente, pero lo cierto es que nuestro país creció más que otros países de la región por no renunciar a la expansión de su economía, aun a riesgo de que el nivel de crecimiento tuviera ciertos desequilibrios.
Ahora se terminó la época de bonanza global y hay una crisis crediticia internacional con tendencias deflacionarias, por lo que es necesario usar el conjunto de las políticas para contrarrestar los efectos recesivos mundiales. Defender el nivel de actividad es clave para mantener la senda de crecimiento que se tomó luego de la crisis del 2001 y la manera de hacerlo es fortalecer la demanda interna. Es cierto que algunos sectores transnacionales (sector automotor, sistema financiero) afrontan ajustes por caída en la demanda internacional o por la propia crisis financiera, pero también existen sobrerreacciones injustificadas con directivas que provienen de las lógicas cortoplacistas de las casas matrices por problemas en sus países de origen. Por eso, se debe proteger el nivel de empleo, evitando medidas abusivas por parte de ciertos sectores empresariales.
En línea con el renacer del neokeynesianismo a nivel internacional, el neoroosveltianismo con Obama, las políticas de crecimiento de China y la esperable reacción de Europa a partir de las medidas de reactivación de España y las iniciativas de Sarkozy y Brown por reformar Europa, la Argentina –que desde 2003 optó por el crecimiento a pesar de las criticas de los epígonos del ajuste y el enfriamiento– debe profundizar su sendero procrecimiento con fortalecimiento del ahorro, el consumo y la inversión nacional.
El Estado debe promover y movilizar el ahorro nacional. Es fundamental el rol del Estado como orientador del crédito hacia la inversión productiva para generar empleo calificado y dinamismo en la economía que permitan mejores salarios. A partir de la nueva ley previsional, clave para avanzar en un eficiente proceso de ahorro-inversión, se contará con fondos para promover decididamente a la economía real.

*Vicepresidente de la Comisión Nacional de Valores

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